“En ese momento la chica muerta se arrastra desde la cama y se apoya en la esquina, huele a pescado podrido. Deja caer un mechón de pelo hasta la mitad de su rostro. Y giro la cabeza para poder verla. Ella me sonríe, desliza los ojos hacia mí, se toca arrugando el vestido. Introduce la mano donde no puedo ver. Me dice - ahora estoy preparada para follar-”.
Para enfatizar el final, la poeta finge apuñalarse con un abrecartas.
La audiencia está desconcertada y Christine se adentra sigilosamente entre el público.
Estamos en Nueva York y es enero de 2008. Una nueva forma de poesía emerge, es la poesía de burdel o como ellos la llaman “The Poetry Brothel”. Lo curioso de este tipo de poesía es que las poetas son prostitutas y el auditorio está formado por clientes que pagan para que se les lea poesía en privado. La poesía también se representa en un tono similar al del burleque y toda esta exhibición recuerda a la clandestinidad de las épocas de prohibición.
Traduzco unos pasajes entremezclados que he encontrado sobre este tipo de espectáculo.
La prostituta susurra, se humedece los labios y se prepara para desnudar… el corazón con un poema. Bienvenidos a la Poesía de burdel donde los clientes sí penetran, pero entre versos. En un club nocturno de Manhattan llamado el “Zipper Factory” el ambiente es el de un auténtico prostíbulo. Las chicas literarias de la noche revolotean entre las luces íntimas de las velas y los cuadros de desnudos. Algunas de estas poetas, para venderse mejor, lucen un estilo retro, ligas y braguitas de volantes. Otras llevan sombrero y boa de plumas. Pero la venta en el Prostíbulo Poético está en la mente y no en el cuerpo. Es en el momento de coger el catálogo, lleno de fotos y descripciones veleidosas, cuando se revela lo que ofrecen.
Poco después, aparece la madame con un vestido corto, guantes negros al codo y unas plumas de pavo real en el pelo. -Preferiría estar en una habitación oyendo poesía que escuchando a un viejo en un escenario sentado en una silla- es lo primero que suelta. Uno a uno se suceden los encuentros y los clientes, que pagan entre tres y cinco dólares, aparte de los quince de entrada que incluyen una lectura gratis, toman asiento. Las prostitutas leen sus propias creaciones, la mayoría de las cuales son en verso libre para una actuación intensa y, hasta a veces, inesperada.
Para aquellos que necesitan un descanso, la poesía del prostíbulo también se calienta con música ya que cuenta con guitarristas flamencos, además de lectores de tarot, una mesa de blackjack y un bar especializado en oporto y whisky. Los clientes hedonistas parecen haber captado la exitosa fórmula. No hay tantos recitales poéticos donde se muestre el escote.
En realidad se trata de una especie de República de Weimar pero sin nazis. A las dos de la mañana tienes a chicas de entre veinte y treinta años tumbadas por todos lados leyendo poesía.
La madame dice que
¿Libertinaje intelectual?