Comencé octubre con este fantástico cuento de Quim Monzó. Y ¿cómo no iba a mostrarlo?
Bon appétit.
SOBRE LA VOLUBILIDAD DEL ESPÍRITU HUMANO
Claro que de pequeño había comido letras en la sopa, pero comerse una A recortada en papel blanco le produjo una sensación desconcertante. Había recortado la A con cuidado, poco a poco, con unas tijeras enormes, mientras observaba, aburrido, la tarde que caía más allá de los ventanales de la terraza. Era una de esas tardes tristes en que no sabéis qué hacer y os encontráis aferrándoos a la pequeña rutina de regar las plantas, quitar el polvo a los libros de la estantería más alta, cortaros las uñas, hasta que en la mano no os quedan más que las tijeras, complacidas en recortar formas sin sentido, y una de las formas adopta, porque sí, la forma de una A, y ahora se la comía codiciosamente, como si probase un plato sublime. Cuando hubo acabado la A, recortó una B; luego una C, y una D, y se las tragaba cada vez con más gusto. Cuando la noche fue ya una rebanada negra empezó a formar palabras cortas -TE, SE, PAN, DOS, CASA, ]UAN- que se comía con deleite. Dos días más tarde descubrió que ya no le hacía falta comer otras cosas, que con las letras le bastaba para alimentarse. No le hacía falta ni fruta ni leche ni carne ni legumbres ni pescado. Los alimentos convencionales le dejaban cada vez más indiferente y, dos semanas más tarde, empezó a notar que más bien le repugnaban. También empezó a saber distinguir unas letras de las otras, no tanto las sustancias de que estaban hechas (eso no tenía importancia: bien pronto se dio cuenta de que este detalle no influía en absoluto en el grado de nutrición ni en el sabor) como los diferentes tipos, cuerpos y variantes. Así, descubrió que las sans serif eran más digestivas que las avec serif; que, de éstas, la égyptienne era la más pesada, tanto que, comida antes de dormir, producía insomnio o pesadillas estremecedoras. La experiencia le hizo darse cuenta de que la letra inglesa era buena para combatir el estreñimiento, la helvética demigras inmejorable contra la hepatitis y la futura medium contra la taquicardia. Para hacerla más digerible, si alguna vez consumía futura bold (siempre aliñada con unas cuantas american typewriting) era de cuerpos inferiores al 24. Obviamente, empezó a desarrollar ciertas preferencias: la baskerville, la gill, la stymie. En cambio, odiaba la blippo y la avantgarde. La times le era indiferente; como una merluza hervida, la definió un día, pero enseguida pensó que (cuando todavía se alimentaba convencionalmente) a veces había agradecido una buena merluza hervida o hecha, sencillamente, al vapor. Así pues, se hizo imprimir textos en times, sobre papeles diferentes: martelés azules y verdes, couchés rosados, biblias amarillentos. Por el mismo sistema, la venus fina, que hasta entonces le había parecido aburridísima, se convirtió (impresa en cuerpo 38 y tinta verde oscura sobre un satinado turquesa) en uno de sus platos predilectos. Más tarde llegó la cuestión de los vinos: ¿qué había que beber con cada tipo de letra? Esto le llevó a una larga temporada de pruebas: a veces fallidas, a menudo logradas. Le pareció que, con las helvéticas, cuadraban perfectamente los borgoñas, los barolos, los chiantis, los cabernets, los de la Rioja y los prioratos. Con las futuras (tanto las gruesas como las delgadas) ligaban excelentemente los alsacianos o bien un buen moriles. Y, en general, con todas las sans serif, los ribeiros, los penedes, los valdepeñas, los sylvaners, los rieslings, los sancerres, los chablis. Con las avec serif resultaban excelentes los del Bages, los grandes burdeos (como el Cháteau-Latour, el Cháteau-Margaux o el Saint-Émilion), algunos borgoñas o los de Tuciela y El ciego. Al cabo de dos meses, devoraba periódicos, revistas, prospectos farmacéuticos, libros, cajas ligeras de cartón y pequeños rótulos luminosos que poco a poco fueron aumentando de volumen; y una cena no era una cena como ... debido si no incluía algún volumen de la Enciclopedia y alguna letra de tubo de neón. Compró grandes cantidades de letraset. De noche, entraba en las imprentas y devoraba los los caracteres que podía. Suplantaba a los linotipistas y tragaba las barras de plomo tal como iban saliendo de la máquina. Descubrió las excelencias gastronómicas del alfabeto griego (que fueron compensando la primera impresión y la pesadez que le produjeron), el placer del cirílico, el sabor exótico de los signos chinos, las diferencias entre el tailandés y el camboyano, la grasa del árabe. Devoraba abecedarios como quien respira. Lo único que le faltaba en este mundo era tiempo, porque había conseguido la felicidad por el camino de la literofagia; el día, la noche, la vida entera, tenían un objetivo único: probar nuevos caracteres. Si viajaba, lo hacía para conocer variantes de los tipos usuales de letras. Visitaba fundiciones tipográficas como otros visitan cavas de champán o fábricas de cerveza, y era la persona más feliz sobre la superficie del planeta si entre los dedos (y en las mandíbulas) le caía alguna letra nueva, fresca, recién diseñada. Visitaba a los grafistas, y los ayudaba a introducir variantes en diseños ya conocidos. Los había que le tomaban por loco, pero a la larga se daban cuenta de que sus consejos eran útiles, acertados, que perfeccionaban aquella forma un poco destartalada que nadie había sabido resolver. En consecuencia le dejaban hablar, e incluso, cuando no acertaban con la solución, le reclamaban antes de introducir un nuevo tipo el mercado: para que diese su beneplácito. Era él quien, con una sonrisa en los labios, daba los últimos consejos harían que aquel nuevo tipo fuese deseable, tanto desde el punto de vista tipográfico como desde el gastronómico.
¡Sin embargo, la volubilidad! Tres años después, las letras empezaron a hartarlo de forma irreversible. Unos meses más tarde ya le asqueaban. Afortunadamente, por aquella misma época empezó a desarrollar un progresivo interés por los barcos en miniatura.
En la pared de una habitación de hotel de Burnie, Tasmania, un póster: las calles de París, 1950; un hombre y una mujer jóvenes en el acto de besarse, el momento captado en blanco y negro por el fotógrafo Robert Doisneau. El beso parece ser espontáneo. Una oleada de sentimiento se ha apoderado de los jóvenes en pleno movimiento: el brazo derecho de la mujer no devuelve (todavía no) el abrazo del hombre, sino que pende libre, con una curvatura en el codo que es exactamente el reverso del abultamiento de su seno.
"El beso" Robert Doisneau
Su beso no es sólo de pasión; con ese beso se anuncia el mismo amor. Uno puede reconstruir más o menos la historia de la pareja. Son estudiantes. Han pasado la noche juntos, su primera noche, se han despertado abrazados. Ahora tienen que ir a clase. En la acera, en medio de la muchedumbre matinal, de repente el corazón del chico se siente inundado de ternura. También el de ella, ella está dispuesta a entregarse a él un millar de veces. Así se besan. En cuanto a los transeúntes y la cámara que está al acecho, no podrían importarles menos. De ahí, “París, ciudad del amor”. Pero podría suceder en cualquier parte, esa noche de amor, ese arrebato de sentimiento, ese beso. Incluso podría haber sucedido en este mismo hotel, sin que nadie se percatara ni lo recordara, salvo los amantes. ¿Quién se decidió por ese póster y lo colgó? Aunque soy un simple hotelero, también creo en el amor, puedo reconocer a dios cuando lo veo… ¿es eso lo que dice su presencia? Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente.
«Fotografío las cosas que no quiero pintar, cosas que de por sí existen.»
Man Ray
Descubro casualmente que al decir “El violín de Ingres” además de referirnos a la preciosa fotografía de Man Ray (1924) conocida por “casi” todos en la que aparece una mujer desnuda llevando un turbante, pendientes, la cabeza girada hacia la izquierda y envuelta en una sutil tela drapeada alrededor de sus caderas:
es una expresión francesa acuñada (no estoy segura si en la época de Ingres por su afición al violín o tras la obra de Man Ray como referencia dadaista al uso de las mujeres como instrumentos u objetos de placer) que significa algo que nos apasiona. Digo casualmente porque a lo largo de estos días y sólo en los momentos en los que puedo, le voy robando al tiempo una novela gráfica titulada “Kiki de Montparnasse”, la mismísima modelo que posa en esta fotografía. Aún no la he acabado por lo que no he querido indagar en la biografía de Alice Prin, nombre real de esta musa de la bohemia, hasta que acabe la novela. Tal vez sea mejor que ciertos finales nos sorprendan, como en el cine o como en la vida misma.
Siempre me gustaron los retratos de espaldas desnudas, supongo que ahora más que un simple gusto es una pasión, y en concreto éste, el de El violín de Ingres que evoca una especie de ejecución musical como alegoría del juego amoroso, aunque desde la perspectiva de Man Ray el instrumento está claramente a disposición del solista. Cogí la novela del estante de la librería tal vez movida por mi propio violín de Ingres al que aún le faltan un par de pinceladas.
Aprovecho para recomendar la novela a quien le guste el formato y la temática de una época en la que, como bien escribió Hemingway, “París era una fiesta”.
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y habría que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido... Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastian hizo entonces.
Michael Ende "La historia interminable"
(Ni por ser hoy el día del libro, ni por desear traspasar todos los oráculos del mundo, ni por rememorar a Atreyu, mi héroe de entonces, sino por ser el inicio de un deseo imperioso por la lectura, por aprender, por imaginar, siempre lo diré: llevo este libro más allá del corazón).
Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura. San Juan de la Cruz "Cántico espiritual"
Hacía días que rondábanme estos versos por la cabeza, así como el deseo de ver los almedros floridos un año más por esos caminos de campo que me conducen día tras día. Llegaron, parece que se fue el frío y yo, no puedo más que rendirme ante esa combinación perfecta.
Mientras paseábamos esta mañana hablábamos de las alturas, de la importancia de volar y también, aunque ninguno de los dos lo mencionáramos, de la caída libre. Por ciertas circunstancias, nuestros pasos nos condujeron hacia los poemas de Girondo, pero no conseguíamos recordar la película en la que los conocimos . A pesar de que no entrañaba demasiada dificultad, sólo logramos decir "corazón". Al llegar a casa, nada más introducir la llave en la cerradura y como siempre, apareció todo, como una luz. Estuve entonces releyendo algunos de esos poemas, estuve pensando en las casualidades al reencontrarme con los cuadros de Chagall -amar y volar- pensé, y lloré, quién sabe si por esa mezcla de la que se componen los cuerpos o aún más allá, los hechos.
Así que tenía pensada otra película para esta tarde rara, pero no tuve elección. Creo que la mañana y las horas se confabularon y yo... cierro los ojos, me meto en el cuadro, quiero ser la chica de azul, aquella que niega rotundamente con la mano tendida y el corazón que... el corazón tenga lados oscuros.
Marc Chagall "Sobrevolando la ciudad"
No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! y en esto soy irreductible no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. ¡Si no saben volar pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Esta fue y no otra la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.
Dicen que los poetas siempre han tenido fama de tímidos pero Christine no está dispuesta a serlo por esta noche. Su piel está perfectamente maquillada en tonos blancos, lleva pestañas postizas, un lunar en la mejilla y va enfundada en un ajustadísimo vestido de malla. Con casi cien espectadores comiéndosela con los ojos, se acaricia el pelo hasta la altura del tirante del sujetador, despliega una hoja y empieza a leer un poema en una prosa bastante oscura “Manual para hacérmelo":
“En ese momento la chica muerta se arrastra desde la cama y se apoya en la esquina, huele a pescado podrido. Deja caer un mechón de pelo hasta la mitad de su rostro. Y giro la cabeza para poder verla. Ella me sonríe, desliza los ojos hacia mí, se toca arrugando el vestido. Introduce la mano donde no puedo ver. Me dice - ahora estoy preparada para follar-”.
Para enfatizar el final, la poeta finge apuñalarse con un abrecartas.
La audiencia está desconcertada y Christine se adentra sigilosamente entre el público.
Estamos en Nueva York y es enero de 2008. Una nueva forma de poesía emerge, es la poesía de burdel o como ellos la llaman “The Poetry Brothel”. Lo curioso de este tipo de poesía es que las poetas son prostitutas y el auditorio está formado por clientes que pagan para que se les lea poesía en privado. La poesía también se representa en un tono similar al del burleque y toda esta exhibición recuerda a la clandestinidad de las épocas de prohibición.
Traduzco unos pasajes entremezclados que he encontrado sobre este tipo de espectáculo.
La prostituta susurra, se humedece los labios y se prepara para desnudar… el corazón con un poema. Bienvenidos a la Poesía de burdel donde los clientes sí penetran, pero entre versos. En un club nocturno de Manhattan llamado el “Zipper Factory” el ambiente es el de un auténtico prostíbulo. Las chicas literarias de la noche revolotean entre las luces íntimas de las velas y los cuadros de desnudos. Algunas de estas poetas, para venderse mejor, lucen un estilo retro, ligas y braguitas de volantes. Otras llevan sombrero y boa de plumas. Pero la venta en el Prostíbulo Poético está en la mente y no en el cuerpo. Es en el momento de coger el catálogo, lleno de fotos y descripciones veleidosas, cuando se revela lo que ofrecen.
Poco después, aparece la madame con un vestido corto, guantes negros al codo y unas plumas de pavo real en el pelo. -Preferiría estar en una habitación oyendo poesía que escuchando a un viejo en un escenario sentado en una silla- es lo primero que suelta. Uno a uno se suceden los encuentros y los clientes, que pagan entre tres y cinco dólares, aparte de los quince de entrada que incluyen una lectura gratis, toman asiento. Las prostitutas leen sus propias creaciones, la mayoría de las cuales son en verso libre para una actuación intensa y, hasta a veces, inesperada.
Para aquellos que necesitan un descanso, la poesía del prostíbulo también se calienta con música ya que cuenta con guitarristas flamencos, además de lectores de tarot, una mesa de blackjack y un bar especializado en oporto y whisky. Los clientes hedonistas parecen haber captado la exitosa fórmula. No hay tantos recitales poéticos donde se muestre el escote.
En realidad se trata de una especie de República de Weimar pero sin nazis. A las dos de la mañana tienes a chicas de entre veinte y treinta años tumbadas por todos lados leyendo poesía.
La madame dice que la Poetry Brothel recibe a todo el mundo. "- Muchos son chicos jóvenes tal vez con un interés secreto por la poesía. - Sólo hay que mirar el menú. Aceptar una recomendación. O decir simplemente: “No me importa, necesito poesía. Tengo hambre - .”
Que un clérigo supiera más sobre conquistas, pero de esas del corazón, que el resto de lo mundanos decía poco de nosotros y de nuestras artes (aunque también es cierto que eran ellos los que tenían el acceso a la cultura). Y que a una semana escasa del día de todos los que se aman encuentren el manual, no uno cualquiera, sino el primero y más antiguo de la lista –o así señalan los expertos- ¿será cosa del azar o tan sólo un incentivo?
De cualquier modo ahí está y me motiva hablar de él por querer ser sincrónica y por el gran interés que he desarrollado hacia este tipo de códices últimamente y que antes estaba, digamos, allá, entre laureles.
Frank Dicksee "Romeo y Julieta"
Modi dictaminum, así se llama, data del siglo XII y se encuentra en La Biblioteca Capitular de Verona. Me pregunto si la diosa de la Fortuna también habrá puesto aquí de su parte para que sea descubierto en la ciudad donde Romeo y Julieta montaran su baile de máscaras. Casualidades más o menos tontas aparte, Guido, su presunto autor, aconseja, en Latín y en pergamino, cómo escribir aquellas epístolas que harían temblar al caballero del que dicen que es más duro que el mármol de Carrara o a la dama más empolvada de la fiesta (y a los polvos Bottega Verde me refiero). Era la Edad Media y por supuesto, las misivas nada tenían que ver con los mensajes TQM o Kevin x Vanesa de hoy día. Los consejos, según leo, iban desde cómo saludar por carta a la amada hasta cómo despedirse. Pero también cómo debe escribir una esposa a su marido o un amante a su amada. Se recomendaba elogiar siempre la belleza y la calidad del destinatario recurriendo a comparaciones mitológicas con parejas célebres: Paris y Helena, Príamo y Tisbe, a similitudes con piedras preciosas o enviando "tantos saludos como flores que trae el verano" y utilizar expresiones que indicaran la incapacidad de describir un sentimiento inefable "cuán profundamente te amo con palabras no podría expresar aunque todos los miembros de mi cuerpo pudieran hablar". Tengo la esperanza de que con el tiempo editen el facsímil o, al menos , una obra que trate con más detalle la poca información que se ha proporcionado hasta el momento. Mientras, podemos utilizar sus metáforas y comparaciones adaptándolas a nuestra época (ya que hoy nadie compararía a nuestra Valentina con Tisbe, ni a nuestro Valentín con Príamo, aunque cuidado con éste). O instruirnos con el Ars Amandi de Ovidio, didáctico a la vez que divertido, sobre cómo tratar con más atención al objeto de nuestro corazón y aplicar este aprendizaje a los métodos tradicionales actuales, es decir, sms, msm, e-mail, msn… Y después de lo dicho me despido amigos míos dulcísimos, pues saben que por el perfume de vuestro amor no vacilaría en cruzar montañas y atravesar los mares a nado.
Es un decir, además de un plagio, pero si podéis superarlo… Tantos saludos como peces hay en el río.
Melancólicamente banal, banalmente cotidiana, algo así o así me encuentro yo esta noche. Acabo de terminar un libro que empecé a leer por puro azar y me he permitido abstraerme entre sus recovecos. Para muchos esto supone una tontería, para mí es algo mágico que perdura mucho más allá de sus páginas y de este espacio y tiempo.
No hablaré sobre esta novela porque ya existen millones de documentos escritos aquí y allí que dicen mucho más y mejor de lo que yo pudiera expresar, pero sí dejo un texto y una de las canciones que aparece en ella como si fuera mi cuaderno de notas, pero en limpio.
"Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfilaen mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo. «¿Adonde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor —ella, mi yo de entonces, nuestro mundo— ¿adonde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes.
Aunque, si me tomo el tiempo suficiente, puedo revivir su imagen. Sus manos pequeñas y frías, su pelo liso, tan bonito y agradable al tacto; los lóbulos de sus orejas, suaves y carnosos, y el lunar que tenía debajo; el elegante abrigo de piel de camello que solía llevar en invierno; su costumbre de mirar fijamente a los ojos cuando hacía una pregunta; el ligero temblor que, por una u otra razón, vibraba en su voz (como si estuviera hablando en lo alto de una colina barrida por un fuerte viento). Al sobreponer estas imágenes, su rostro emerge de repente. Primero se dibuja su perfil. Tal vez porque Naoko y yo solíamos andar el uno al lado del otro. Por eso el perfil es lo que primero emerge en mi recuerdo. Después ella se vuelve hacia mí, me sonríe, ladea la cabeza, me habla y me mira fijamente a los ojos. Tal vez esperaba ver en ellos el rastro de un pececillo que cruzaba, veloz como una centella, el fondo de un manantial de aguas cristalinas.
Me lleva tiempo evocar su rostro. Y conforme vayan pasando los años, más tiempo me llevará. Es triste, pero cierto. Al principio era capaz de recordarla en cinco segundos, luego éstos se convirtieron en diez, en treinta segundos, en un minuto. El tiempo fue alargándose paulatinamente, igual que las sombras en el crepúsculo. Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche. Sí, es cierto. Mi memoria se está distanciando del lugar donde se hallaba Naoko. De la misma forma que se está distanciando del lugar donde estaba mi yo de entonces."
Aquí es donde vivo, en el barrio de Mile-End en Montreal. Todos creen que soy canadiense francés.
Porque sueño, yo no lo estoy. Porque sueño, yo no lo estoy.
Los que no creen más que su propia verdad... me llaman Leo Lauzon. Dicen que es mi padre. Pero yo sé que no soy su hijo. Porque ese hombre está loco, y yo no. Porque sueño, yo no lo estoy. Como se mantenía escondido, nunca vi la cara de mi verdadero padre. Ante la histeria de mi madre... el doctor no tuvo valor... para decirle que estaba embarazada... de un tomate contaminado. Desde este sueño, exijo que me llamen... Leolo Lozone. Nadie tiene derecho a decir que no soy italiano. Italia es demasiado bonita para pertenecer sólo a los italianos. Entre mi habitación y Sicilia hay 6.889 km. Entre mi habitación y la casa de Bianca hay 5,80 metros. Y sin embargo; ¡está tan lejos de mí! Bianca, amor mío. Bastan tres palabras para escribir:
Bianca, amor mío.
He tomado el camino más corto. No intento recordar las cosas que ocurren en los libros. Lo único que le pido a un libro... es que me inspire energía y valor. Que me diga que hay más vida de la puedo abarcar. Que me recuerde la urgencia de actuar. Era el único libro que había en casa. Nunca me pregunté cómo había ido a parar allí. Era gordo. Las palabras se amontonaban. Y exigían gran concentración para desvelar sus secretos. En casa, nunca vi a nadie leer o escribir. La tele y los carteles publicitarios invadían mi mente. Al principio, sólo leía las frases subrayadas sin entender demasiado. Recuerdo haber querido dejarlo porque no tenía ilustraciones.
Sólo encuentro momentos felices de soledad. Mi soledad es mi palacio. Ahí tengo mi silla, mi mesa y mi cama, mi viento y mi sol. Cuando me siento fuera de mi soledad, estoy sentado en el exilio. Estoy sentado en "El País del Engaño".
Porque sueño, yo no lo estoy. Como sueño, no estoy loco. No lo estoy. Como sueño, no lo estoy.
Con estas palabras arranca esta película; Léolo. Densa, llena de imágenes preciosas, repulsivas en otras ocasiones, como esta canción, cuya voz se mueve entre lo bello y lo estridente.
Elijo esta película como continuación a lo planteado anteriormente, a las necesidades y a los denotantes, así como por esos momentos que logran emocionarme poderosamente.
"Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema".
James Joyce (Ulises)
O viceversa. Unos días en Eire para tomar el aire, nunca mejor dicho, me han dejado con una salud más que penosa. De cualquier modo, me he quedado un tanto perpleja del partido que sacan los dublineses a su pasado, prácticamente y sin exagerar demasiado, hasta en los aseos podías encontrar placas conmemorativas recordando su historia, a sus escritores, su lengua, su música, su religión, su guinness… y qué decir de sus tréboles y arpas.
Una mañana, en la que me encontraba especialmente mal me quedé frente al televisor viendo documentales, por supuesto de producto regional. Para mi sorpresa hablaban de Joyce, algo completamente inesperado dadas las circunstancias. Sin embargo, sí que me sorprendió que centraran mucho más la atención en su hija, Lucia Joyce sobre la que he encontrado por aquí bastante material. Sin ir más lejos una obra en la que se basaban para el documental “To dance in the wake” de la profesora Carol Loeb Shloss parece ser una fuente bastante completa de las tramas más luminosas y oscuras de ambos personajes.
Dado mi interés, no sólo malsano, por los personajes marginales, he empezado a indagar para mi composición de detonantes creativos, y de momento no encuentro mentes rebosantes de bienestar emocional y psicológico, más bien al contrario y quizás, y en eso estoy, es que todo lo creativo se deba a una correspondencia con los demonios que llevamos dentro. ¿Será este el verdadero fuego de la creación?
“La emoción trágica, efectivamente, es una cara que mira en dos direcciones: hacia el terror y hacia la piedad, y ambos son fases de ella. Habrás visto que uso la palabra paraliza. Quiero decir que la emoción trágica es estática. O más bien que la emoción dramática lo es. Los sentimientos excitados por un arte impuro son cinéticos, deseo y repulsión. El deseo nos incita a la posesión, a movernos hacia algo; la repulsión nos incita al abandono, a apartarnos de algo. Las artes que sugieren estos sentimientos, pornográficas o didácticas, no son, por tanto, artes puras. La emoción estética es por consiguiente estática. El espíritu queda paralizado por encima de todo deseo, de toda repulsión”.