Estamos ante una obra que se pintó con la finalidad de no ser expuesta jamás ante mirada alguna. Quizás, y un muy probable quizás, sólo para ser vista a escondidas, para el deleite en solitario. Es la obra curiosamente titulada « L’origine du monde » (« El origen del mundo ») una pintura al óleo sobre lienzo, de unos 55 cm por 46 cm pintada por Coubert en 1866. El tema -el sexo de una mujer en primer plano- explica su particular destino. Antes de entrar en las colecciones nacionales en 1995, la obra sólo existía por los rumores, muy pocos habían tenido acceso a ella, su descripción por Maxime Du Camp, único testigo directo, toma ahora un valor canónico. Antes, una alusión a su probable poseedor silencioso, a la diplomacia y un turco aficionado Khalil Bey, el escritor explica en estos términos su visión de la obra : « en el momento en el que se destapó el lienzo, el público quedó estupefacto ante la contemplación de una mujer llena de una belleza natural, vista de frente, extraordinariamente emocionada y conmovida, extraordinariamente pintada, reproducida con amor, y regalando una última palabra al realismo. Sin embargo, por un inconcebible olvido, el pintor que había copiado a la modelo en un plano natural, no representó pies, piernas, muslos, vientre, caderas, pechos, manos, brazos, hombros, cuello y cabeza ».
Al pintar el sexo en detrimento de otras partes del cuerpo, Du Camp señala tanto la figura inombrable del cuadro como aquella que rechaza el pintor. La que repara en el paisaje de entre las piernas, del monte de Venus y de la abertura vaginal debe renunciar a abarcar a la mujer entera. Ahí está la genialidad de Coubert : tratar el sexo como un retrato, estamos ante un género pictórico formado por la elisión del cuerpo. El misterio que rodea el cuadro (el origen del título, la identidad de la modelo, sus peregrinaciones y sus eclipses) redobla aún más el tema. Se ha censurado mucho esta vulva pero jamás se expresará con bastante la fascinación el elemento que ejerce aquí como «ese oscuro objeto de deseo ». Como si la ofrenda hecha al respecto se debiera pagar en el anonimato absoluto de la mujer que yace (de la que se dice era la amante y modelo de James McNeill Whistler, un pintor norteamericano amigo y discípulo de Courbet). La escritora francesa Christine Orban publicó en 2000 una novela titulada J’étais l’origine du monde, en la que Johanna Heffernan actúa como narradora y se declara la amante de Courbet y modelo del famoso cuadro. Bernard Teyssèdre la había considerado también la modelo en Le roman de l’origine de 1996, cuyo protagonista principal es el propio cuadro y sus muchas peripecias.
Tras haber pasado por las manos de la Sublime Porte y las del barón húngaro *Hatvany, el cuadro no pudo encontrar mejor destinatario que el psicoanalista Jacques Lacan para el que, se le atribuye la frase, « la mujer no lo es todo ».
El doctor Lacan llegó a su casa con El Origen del Mundo recién comprado, le quitó el paisaje de encima y lo colgó en su mejor pared. Unos días después, el mismo doctor le pidió a su amigo André Masson, cuñado de la que sería su mujer, Silvia, que le fabricara al cuadro un nuevo escondite de madera (unas tapas, digamos) porque ya no aguantaba los comentarios de sus visitas. La justicia le llegó hace poco al cuadro de Gustave Coubert. En 1981, L’Origin du monde pasó a ser propiedad del Estado francés en pago de los impuestos decisorios. El 26 de junio de 1995, el ministro de Cultura, Douste-Blazy, hace el discurso de ingreso de la tela en las colecciones nacionales. Evita ser fotografiado junto a ella y en su discurso se sirve de opiniones ilustres. No citó, sin embargo, la frase flaubertiana (Madame Bovary? Oui, c'est moi) de Courbet: "El coño soy yo" –una frase demasiado genial para un político-. Desde esa fecha se exhibe, ya sin ninguna de sus tapas, en el museo d’Orsay, en París. En su tienda de souvenirs, por un euro, puede comprarse una postal con la fotografía de este cuadro desasosegante y hermoso.
Al pintar el sexo en detrimento de otras partes del cuerpo, Du Camp señala tanto la figura inombrable del cuadro como aquella que rechaza el pintor. La que repara en el paisaje de entre las piernas, del monte de Venus y de la abertura vaginal debe renunciar a abarcar a la mujer entera. Ahí está la genialidad de Coubert : tratar el sexo como un retrato, estamos ante un género pictórico formado por la elisión del cuerpo. El misterio que rodea el cuadro (el origen del título, la identidad de la modelo, sus peregrinaciones y sus eclipses) redobla aún más el tema. Se ha censurado mucho esta vulva pero jamás se expresará con bastante la fascinación el elemento que ejerce aquí como «ese oscuro objeto de deseo ». Como si la ofrenda hecha al respecto se debiera pagar en el anonimato absoluto de la mujer que yace (de la que se dice era la amante y modelo de James McNeill Whistler, un pintor norteamericano amigo y discípulo de Courbet). La escritora francesa Christine Orban publicó en 2000 una novela titulada J’étais l’origine du monde, en la que Johanna Heffernan actúa como narradora y se declara la amante de Courbet y modelo del famoso cuadro. Bernard Teyssèdre la había considerado también la modelo en Le roman de l’origine de 1996, cuyo protagonista principal es el propio cuadro y sus muchas peripecias.
Tras haber pasado por las manos de la Sublime Porte y las del barón húngaro *Hatvany, el cuadro no pudo encontrar mejor destinatario que el psicoanalista Jacques Lacan para el que, se le atribuye la frase, « la mujer no lo es todo ».
El doctor Lacan llegó a su casa con El Origen del Mundo recién comprado, le quitó el paisaje de encima y lo colgó en su mejor pared. Unos días después, el mismo doctor le pidió a su amigo André Masson, cuñado de la que sería su mujer, Silvia, que le fabricara al cuadro un nuevo escondite de madera (unas tapas, digamos) porque ya no aguantaba los comentarios de sus visitas. La justicia le llegó hace poco al cuadro de Gustave Coubert. En 1981, L’Origin du monde pasó a ser propiedad del Estado francés en pago de los impuestos decisorios. El 26 de junio de 1995, el ministro de Cultura, Douste-Blazy, hace el discurso de ingreso de la tela en las colecciones nacionales. Evita ser fotografiado junto a ella y en su discurso se sirve de opiniones ilustres. No citó, sin embargo, la frase flaubertiana (Madame Bovary? Oui, c'est moi) de Courbet: "El coño soy yo" –una frase demasiado genial para un político-. Desde esa fecha se exhibe, ya sin ninguna de sus tapas, en el museo d’Orsay, en París. En su tienda de souvenirs, por un euro, puede comprarse una postal con la fotografía de este cuadro desasosegante y hermoso.
Pongámosle rostro
"Jo, la belle irlandaise"
*Una obra con historia: La carrera internacional comienza cuando François de Hatvany, un coleccionista de Budapest, se lleva el Courbet a su ciudad. En 1935, Charles Léger, especialista en Courbet, se refiere por primera vez a la obra como L'origine du monde. En marzo de 1944 los nazis destituyen a Hodhy, su cómplice en Hungría. L' origine du monde es robado por el ejército de ocupación y Bernard de Teyss-edre propone las dudas del coronel Schweinkopf, que sopesa el pro -el pintor era ario, despreciaba a los burgueses, pintaba bien y era atlético- y el contra -participó en la Comuna, simpatizaba con los anarquistas y probablemente era de moral abyecta-. La razón determinante es una estimación rápida del propio Hatvany: vale 300.000 dólares. Pero tanta vacilación da tiempo a que llegue el Ejército Rojo y a que el coronel Tatastrov aplique las normas del realismo socialista: ¿acaso las mujeres socialistas no tienen vientre?; ¿acaso liberar el desnudo de retórica no es tarea de los ingenieros de almas?; ¿acaso ése no es un vientre feliz, de una estajanovista capaz de parir cantando? Las respuestas fueron positivas y el cuadro se salvó. http://www.fisterra.com/
5 comentarios:
Dido, aquí está.
Dicen que el Origen del mundo, no deja de plantear, de manera turbadora, la cuestión de la mirada. Yo añadiría que esa mirada va mucho más allá de lo que se ve para adentrarse en nuestro pensamiento, pues al ver esa figura se tiende (aún si pretenderlo) a completar las partes del cuerpo no dibujadas. Eso me ha pasado a mi y lo que veo sin mirar es... fascinante. Gracias Anabel por tanta inspiración.
Saber mirar es también un arte. Quien no sabe mirar se está perdiendo el mundo.
Desasosegante, evocador, atracción morbosa, mirada lujuriosa, ternura obscena, cruda sensualidad...
¡Esto sí me dice más cosas que los mares y montañas maoríes!
Mirar este cuadro es como un pecadito.
Flanders.
Me alegro Flanders que te inspire, te evoque, te atraiga y desasosiegue. Eso es sentir, lo demás, puro teatro.
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