domingo, 6 de abril de 2008

LA VIDA INVENTADA

"Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne."

Borges


No hace mucho y digamos que, más o menos, por casi puro azar, mientras leía Una historia de la lectura de Alberto Manguel (ensayo que de paso recomiendo a todos los amantes de esa manía receptivo-interpretativa) descubrí un libro que poderosamente me llamó la atención: El Codex Seraphinianus.




Dice así Manguel en el Capítulo 7. Lectura de imágenes:

“Una tarde de verano de 1978 llegó a las oficinas del editor Franco Maria Ricci en Milán (…) un paquete muy voluminoso. Al abrirlo vimos que contenía, en lugar de un manuscrito, una copiosa colección de páginas ilustradas que representaban extraños objetos y operaciones tan detalladas como curiosas, todo ello acompañado de explicaciones en una escritura que ninguno de los redactores reconoció. La carta que acompañaba el envío explicaba que el autor, Luigi Seraphini había creado la enciclopedia de un mundo imaginario según el modelo de un compendio científico medieval: cada página representaba un artículo concreto de la enciclopedia y las anotaciones, en un alfabeto disparatado que también Serafini había inventado durante dos largos años en un pequeño apartamento en Roma, explicaban, supuestamente, las complejas ilustraciones. Ricci, honorablemente, publicó la obra, precedida por una jubilosa introducción de Italo Calvino, en dos lujosos volúmenes, que constituyen uno de los ejemplos más curiosos que conozco de libro ilustrado. Formado en su totalidad por palabras y dibujos inventados, el Codex Seraphinianus ha de leerse sin la ayuda de un idioma conocido, mediante unos signos sin otro significado que el que quiera darles un lector bien dispuesto y con capacidad de invención (…)”.



Si indagamos un poco entre los mundos inventados -intentadlo- llegamos a descubrir cosas que, si bien algunos catalogarían de excentricidades, yo simplemente las considero genialidades. En la pequeña obsesión mía durante estos días por conseguir un ejemplar del Codex -son pocos y muy costosos- he descubierto que, como una vez dijera el crítico de arte Arthur Danto, “si hay uno, entonces, habrá otro”. Y es cierto, y no sólo uno.
La lengua del Codex, al igual que las imágenes, son pura invención pero yo quería conocer fuentes de inspiración, si es que acaso las había. Era un capricho tal vez, pero las hallé. En primer lugar me encontré con “El manuscrito de Voynich”.

EL MANUSCRITO DE VOYNICH

El manuscrito de Voynich es una obra antigua escrita en un alfabeto desconocido y cuya temática permanece siendo, aún hoy, un misterio. El contenido no ha sido descifrado. Según los expertos, habría sido escrito entre 1450 y 1520. El título de esta obra se le debe a su antiguo propietario, Wilfrid M. Voynich, que la adquirió en 1912 en un seminario jesuita en Frascati, cerca de Roma. Actualmente se encuentra en la Beinecke Library de la Universidad de Yale.
En el año 2005 el editor francés Jean-Claude Gawsewitch la publicaría por vez primera con el fin de que el gran público tuviera acceso tanto a los misterios del texto como a sus enigmáticas imágenes. (Aquí hay más).




Es un libro pequeño, de apenas 15 por 22 centímetros, con 246 páginas de muy fino pergamino muy trabajado y la mayoría de ellas con ilustraciones.

























Y siguiendo el viaje de las musas me tropiezo con Borges.

TLÖN, UQBAR, ORBIS, TERTIUS

Descubrir que en el Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius el narrador se inmiscuye en un laberinto de letras y entradas enciclopédicas en un intento de aprender sobre la región de Uqbar, un lugar de fronteras inciertas aunque localizado entre Irak y Asia Menor fue, realmente, un verdadero hallazgo.



La Primera enciclopedia de Tlön es una documentación exhaustiva de un mundo aparentemente imaginario creado por los Uqbaris, un planeta desconocido, con su arquitectura, con sus juegos de cartas, sus miedos mitológicos, el sonido de sus dialectos, sus emperadores y océanos, sus minerales, pájaros y peces, álgebra y fuego, su teología y argumentos metafísicos, todo expuesto clara y coherentemente, sin ninguna intención aparentemente dogmática o con parodia de trasfondo. Exceptuando la última parte que sí contiene un tono más jocoso, lo que nos encontramos aquí es simplemente un práctico resumen del Codex Seraphinianus.


Y no soy la única, qué más quisiera, que se interesa por esta obra. Cuando se le preguntó a Danto sobre el Codex, él eludió la respuesta remitiéndose a Isidoro de Sevilla, La historia completa de la ilustración científica, el inútil intento de Breton por introducir una nueva letra en el alfabeto francés, el Codex Leonardo (da Vinci, por supuesto) y los escritos de Borges e Italo Calvino. Aunque fue rápido en dar una respuesta elusiva y enlazada, eso fue algo completamente improvisado, una verdadera asociación libre de ideas y todo eso que nuestra mente hace en ocasiones con ciertas cosas... realmente resultó que había mucho más en su cabeza.
Tras una hora más o menos, Danto alcanzó altas cotas de inspiración, luego se apagó. Estaba preparado para discutir sobre el libro críticamente. Estaba seguro de que esa clase de trabajo monumental no había aparecido por ciencia infusa y había que indagar en sus posibles fuentes. De momento, inscribir a Serafini dentro de un círculo de artistas era el mejor modo de proceder. Se le preguntó entonces quién era el editor europeo original de la obra. Pero Danto no lo sabía.
Volvió a la página del copyright para darse cuenta de que no aparecía Luigi Serafini en él, sino Franco Maria Ricci. Conozcámosle un poco.


FRANCO MARIA RICCI

Aristócrata italiano nacido en 1937, editor y diseñador gráfico que no concede entrevista alguna empezó su carrera de editor en 1963 cuando decidió reeditar Giambattista Bodoni’s Manuale tipografico. Alegó que la obra de Bodoni le hacía sentir lo mismo “que debe sentir un violinista ante un Stradivarius o un Guarneri del Gesù” y que había hallado lo que quería hacer. En 1970 volvió a imprimir la Enciclopedia de Diderot y Alambert. Poco después, empezaría a editar The Signs of Man.

THE SIGNS OF MAN

The signs of man es una serie de libros que -según palabras textuales de Ricci- “decidí que fueran elegantes e impecables en cada uno de sus detalles, desde los gráficos hasta el papel y la impresión. En cuanto a las materias, quise que tuvieran la sensación del descubrimiento. No estaba interesado en publicar más libros sobre Rafael o Leonardo, sobre Rembrandt o Velázquez, o incluso sobre Monet o Picasso. Quería revelar al mundo obras maestras, cubiertas con polvo en grandes bibliotecas o en museos o en almacenes… Quería destapar hierbas y bestiarios, códices y frescos, mostrar grandes obras de arte que con el tiempo se habían perdido o pasado inadvertidas".
Como en muchos aspectos tangenciales de esta historia, los volúmenes de The Signs of Man son, con seguridad, su más valiosa y extensa obra. Con textos de Italo Calvino, una selección de fotos de Lewis Carroll a niños (controvertidas) y cartas escritas a ellos, pinturas de Morris Hirshfield con textos de William Saroyan… y otra larga lista de artistas.

Dentro de estas incursiones artísticas, el único trabajo no catalogado de resurrección artística sino de creación contemporánea, la única obra sin un ensayo detrás (o delante) que la acompañe, el único trabajo publicado en dos volúmenes (por oscuras razones puesto que en ediciones posteriores se ha publicado en tan solo una) es el Codex Seraphinianus de Luigi Serafini.

Y ya llegamos...

CODEX SERAPHINIANUS

Dice Calvino en la introducción (traducción de la edición neoyorkina):

"Al principio fue el lenguaje. En el universo, Luigi Serafini habita y representa -creo- que el lenguaje escrito, pues éste precede a las imágenes: bajo la forma de una cursiva meticulosa, ágil y limpia (y cuya intensidad miente al admitir que ésta sea limpia), tenemos siempre la sensación de que estamos a punto de descifrarla cuando en realidad cada palabra y cada letra se escapa ante nuestros ojos. Si el Otro Universo nos comunica la angustia, ésta es menor ya que difiere de la nuestra en tanto que no se parece a ella: del mismo modo la escritura podría haber desarrollado un foro lingüístico desconocido para nosotros, sin necesidad de ser desconocido… El idioma de Serafini no se distingue sólo por el alfabeto, sino también por la sintaxis: los objetos del universo evocan el lenguaje del artista, tal y como vemos en las ilustraciones de las páginas de su enciclopedia, y son casi siempre identificables, pero la relaciones recíprocas y las conexiones son inesperadas… Hay aquí un punto concluyente: dotado con el poder de evocar un mundo en el cual la sintaxis de las cosas se trastorna, el escrito serafiniano debe esconderse, tras el misterio de su superficie indescifrable, un misterio más profundo que toca la lógica interna del lenguaje y del pensamiento. Las líneas que conectan las imágenes de este mundo se enredan y se entrecruzan, la confusión de los atributos visuales crean monstruos, es el universo teratológico de Serafini. Pero la teratología por sí misma implica a la vez una lógica que se nos presenta, a cada vuelta, más fluida y luego desparece, al mismo tiempo nos da la sensación de que las palabras están cuidadosamente trazadas hasta tal punto que parecen estar escritas con pluma de ave. Al igual que Ovidio, en sus Metamorfosis, Serafini cree en la contigüidad y permeabilidad de todos los dominios del ser. "


















Según J. Taylor la introducción de Calvino quizás da demasiadas explicaciones. A la lista de influencias y/o referencias, añade la Botánica Paralela de Leo Lionni, Las Metamorfosis de Ovidio, a “Bruno Munari y toda la lista de inventores de máquinas disparatadas”. También alude a la resonancia visual de los jeroglíficos de la supuesta piedra Roseta con esas pequeñas criaturas a las que él llama “corpúsculos policromáticos” en la primera parte del libro. Quizás “constituyan de nuevo otro alfabeto” dice “más misterioso y más arcaico”. Y quizás lo hagan, pero ningún lector que lea la introducción habrá arruinado el momento de haberse dado el divertido capricho de descubrir (o no) este hecho por sí mismo.























Pero tal vez no exista mucha relación con la historia de Borges después de todo. Conforme Internet y otras tecnologías continúan hacia delante en el proceso, como diría Paul Virilio, un poco histérico, eso sí, de “polución de las distancias”, un efecto notable es la obsolescencia de la proximidad. Atrás quedaron los años en los que los alquimistas europeos tenían que pasar horas y horas copiando sus herejías, en secreto y a mano y, tras eso, la crisis posterior de diseminación. Hoy prácticamente no fotocopiamos, o lo hacemos poco, ni compramos apenas sellos. Cuando esta misma mañana he recibido mediante correo electrónico el Codex desde un lugar lejano del mundo, para mí que estoy aquí, esto es sólo un ejemplo, creo, de la verdadera alquimia, que siempre pretendió ser una ciencia más que una religión. La tecnología dirige y explota aquellas leyes que la naturaleza no puede romper.





Por tanto, si mirando y leyendo un poco aquí y allí sobre esta obra y lo relativamente fácil que me ha resultado hacerlo antes de tenerla, discrepo en que no hay razón alguna para sentir culpabilidad en desvelar este potencial e inocente descubrimiento, sino más bien lo contrario, quizás alguien lea esto y se sienta contagiado por mi entusiasmo. Además, para saber realmente sobre qué trata el Codex (en la medida en que se puede) habrá que encontrar una copia del libro, porque todas las exégesis del mundo no tienen nada que ver con el libro en sí. Pocas cosas en el mundo, si es que hay alguna, son descubiertas por puro y feliz azar y, además, en un estado de soledad inalterable.






















Esto me trae de vuelta a Calvino, que va demasiado lejos al sugerir un marco en el que comprender la génesis del Codex y su producción. “A fin de cuentas -mirad en la última página del Codex- el destino de cualquier escrito es quedar olvidado entre el polvo; sólo el esqueleto de la mano que lo escribe sobrevive. Líneas y palabras se desprenden de las páginas, escapándose, y las pequeñas partículas de polvo caen sucesivamente como coloridos corpúsculos de arco iris que, en ese momento, empiezan a juguetear. Para el principio vital de todas las metamorfosis y todos los alfabetos comienza un nuevo ciclo”. Entonces, es razonable festejar la introducción de Calvino como un intensificador intencional del misterio del libro.

Por si aún quieres más: Un libro raro

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Mamma mia, Santa madonna e mon Dio, ¿de dónde saca usted tiempo para leer tantísimo código? Trabaja usted como una mula (sin ningún ánimo de ofender, por supuesto).
Un saludo sin codificar.
F.

Anónimo dijo...

Gracias por abrir nuestros ojos, sacarnos de la cueva e iluminar nuestra adormilada mente. Este blog es necesario que exista pero... por más que tu talento te desborde por las orejas, no lo intentes plasmar todo de una vez que luego te resientes. Un beso.

Anónimo dijo...

Es un libro increible, precioso y para que te guste no es necesario comprender solo admirar. ¡Yo quiero uno!. Una genial entrada Anabel. No puedo ni imaginar lo que con unos lápices de colores en tus manos y algo de tiempo serías capaz de hacer...A kiss for you

Anónimo dijo...

Pero todo es mejorable, que tanto peloteo tampoco es bueno. Esto parece un partido de baloncesto, ¡copón!

Anabel dijo...

Oiga Sr/a. Anónimo nº 3, que tampoco es tanto el peloteo,¿eh? que F. (imaginándome ya quién es) me comparó con una mula, y eso sí, sin ánimo de "exacerbo" dice-¿sería con una castellana o romana? ¿Cuál es mejor o peor?-. Otro en el anonimato me dijo, con palabras vagabundas que "demasiado y además, exorbitante" y puesto que habla sobre mis últimos resentimientos, creo que somos amigos, o tal vez no... De modo que el único que me aplaude, elogia y loa, hip hip, es Pi (y ni está sobornado -al menos por mí- y mucho menos le conozco, creo creer, y pensando pensando sobornar sin conocer difícil es). Así que besos en proporciones aritméticas para él: 2, 4, 6...y geométricos en el espacio: cono, cubo, cilindro, pirámide, esfera y prisma para la diferencia. Creo que estoy demasiado contaminada por los Codex, disculpadme el surrealismo. Y, evidentemente, todo es mejorable, por supuesto y perfectible, inmensa e infinita-mente. ¿Acaso hay aquí evidencias de lo contrario?
Gracias a tutti frutti (ojalá lo pudiera dibujar en este vida más vetada que inventada, pero yo, me temo, soy incapaz).
Time is mine...
o lo que es lo mismo &3$=!^["/'y.

Anónimo dijo...

Oiga usted, señorita Anabélén; ¡que yo no la he llamado "mula"! Todo lo contrario (¿qué es lo contrario de mula?). Quise decir que trabaja usted mucho.
Y lo que cuenta es tan interesantito...
ai no spico inglis, asi que, un saludito.
F.

Anónimo dijo...

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius nos recuerda que "la metafísica es una rama de la literatura fantástica". Me encantas como a una zzzzzzzzerpienteeeeeeeeeee ~~~~

Joseóscar dijo...

Tlön, Uqbar: uno de mis relatos preferidos de siempre. ¡Y este artículo es buenísimo!

Iré a buscar tu manuscrito secreto. ¿Rosa o libro, my dearest Livia-Plura?

Anónimo dijo...

¡¡¡Jooooooder, Anabel, qué pedazo de artículo!!!

Bueno, que maravilloso, otra vez. Pon otro pelota en la lista. Y dale un besico a tu esposo, que ha entrado en el top five de profesores de la región!!

Anabel dijo...

Anotado estás entre mis pelotas ( qué mal suena esto una vez escrito). Otro beso para ti que ya sé que ayer también tú triunfaste entre adolescentes. Y a mi dear Tropo, una rosa que acompañe a la lectura.